domingo, 2 de octubre de 2011

Crónica de un viaje a Trabazos de Cabrera

Él lo ha llamado así: "Crónica de un viaje a Trabazos de Cabrera", es un relato sobre un ayer más real y menos imaginario; me lo ha enviado Manolo (Manuel Cuadrado) un amigo que, junto a su familia, nos visitó un buen día este verano.

Para mí es algo personal, un relato cargado de emoción y cariño, pero que seguro refleja los sentimientos y recuerdos de muchos de nosotros, niños de ayer; es por ello (con su permiso) que lo quiero compartir con vosotros en este humilde rincón, sitio que a él también le gusta. Helo aquí:

CRONICA DE UN VIAJE A TRABAZOS DE CABRERA

El día amanecía con un radiante cielo azul, aunque el rocío de la mañana delataba el final del verano.

Era una jornada idónea para visitar, por primera vez, un pueblecito de la desconocida Cabrera. Para quien esto escribe, nacido y criado en las faldas de El Teleno, aquella comarca que se escondía “detrás de la sierra”, siempre fue próxima y lejana a la vez, como una frontera atávica que nos separaba de gentes sufridas y tierras hostiles.

A media mañana llegamos a Trabazos. Nos esperaba, no sin cierta impaciencia, nuestro anfitrión y su familia.

Este lugar escondido entre nogales, robles, castaños, moreras y salgueras, tuvo que ser antaño un núcleo con muchos vecinos. Hoy las gentes faltan y muchas de sus casas no han resistido el paso del tiempo, otras tienen una arquitectura peculiar de difícil catalogación y las menos, manifiestan la naturaleza urbana de lo que en esencia tuvo que ser este pueblecito.

Mi agradecido amigo, iniciaba una larga exposición sobre lo que íbamos viendo en nuestro paseo. Yo, que le escuchaba atentamente, valoraba la vehemencia con la que respondía a mis preguntas e inquietudes. Sin duda, su niñez tuvo que ser muy feliz aquí.

Me figuraba a mi acompañante en su cama, cuando, poco antes de levantarse para ir a la escuela, oía la “campanina” de la iglesia que, según su son, llamaba a los vecinos a concejo, a funeral o a fiesta.

Supongo que muchas mañanas escuchaba el ruido de cascos; cuando por delante de su ventana y subiendo la calle “el regueiro” arriba, caminaban lentamente unas vacas nervudas, pequeñas, fuertes y curtidas en mil labores del campo, hasta que el sonido de sus esquilas y trancas se perdía en las últimas casas del “Pico del Lugar”.

Me imagino un niño en sus correrías y juegos por caleyas y regueros, praderas y laderas, huertos y carrunas; de estreno de ropas principales el Día del Patrón; de largos, blancos y gélidos inviernos con calcetines de lana y chanclos mojados; de días de escuela de “pizarrín” y enciclopedia Álvarez; de fiestas familiares y matanzas del cerdo con animosos comensales; de juegos a la pelota en unos lugares de geografía imposible…

Pienso en largas pláticas con el abuelo sobre “cosas de la vida”, ambos sentados en ese rincón abrigado de “La Carruna”, donde en invierno sale y se pone el sol. Imagino veladas y seranos con historias increíbles a la luz del candil o de una tenue bombilla en una cocina de “llume” y veranos de trajín incesante y de ir y venir de carros chillones, ya colmados de “yerba”, ya cargados de “pan” con destino a las eras, conquistadas por un mar de medas.

Ensimismado en nuestro paseo, por un momento observo que la emoción embarga a mi amigo. Sus ojos claros y levemente húmedos, denotan el amor, ternura y devoción que siente por su madre. Madres y esposas abnegadas, trabajadoras incansables con una prematura pérdida de juventud y vertiginosa madurez.

Al finalizar la jornada, cuando nos alejábamos del pueblo y ensimismado en mis pensamientos, pienso que la infancia y temprana juventud de mi amigo cabreirés y las de quien esto escribe, tienen sorprendentes parecidos.

Gracias familia Carrera Pérez. Gracias Emiliano.



1 comentario:

Anónimo dijo...

EL HOMBRE NOBLE CONSERVA DURANTE TODA SU VIDA LA INGENUIDAD E INOCENCIA PROPIAS DE LA INFANCIA.