martes, 20 de septiembre de 2011

Pequeñas historias...



Recuerdo la etapa de mi niñez (años 60) pródiga en historias y leyendas, donde los protagonistas muchas veces eran espíritus, ánimas y otros seres etéreos que vagaban en las largas noches por los solitarios caminos del pueblo. Había personas dotadas con una gran imaginación para desarrollar este tipo de relatos, claro que el corazón se encogía al oírlos y las piernas temblaban al pasar luego por alguno de los lugares descritos.

Todo esto daba lugar también a situaciones que aprovechaban algunos para que "el augua regara el sou prao" (por ejemplo), pues siempre había convecinos que se podían asustar y otros se aprovechaban de ello. Poco importaba que esas situaciones y sonidos los hubiera provocado algún ser mucho más cercano, como un animal suelto con una cadena arrastras. Situaciones como aquella en que un hombre aprovechando la oscuridad, se colocó una piel de perro sobre la cabeza, algo que realmente surtiría efecto y asustaría, pero que ante la amenaza del oponente se apresura a quitar.

Otras historias algo anteriores (años 40) en plena posguerra, tenían unos protagonistas mucho menos etéreos; como las que parece ser ocurrían con alguna frecuencia en las noches (o días) de tiempos que, aunque seguramente también gratos, seguro fueron bastante difíciles. Una de ellas cuenta como un día estando de fiesta, llegaron los "unos" (huidos, maquis) y exigieron comida, luego los "outros" (guardia civil) y por supuesto también. Después de algún pequeño y habitual incidente entre "unos" y "otros" , pero no suponiendo un problema insalvable, el tabernero y anfitrión se encontró con algo habitual, que nadie pagaba las viandas consumidas. No es de extrañar que al ser llamado por la autoridad competente para ser interrogado sobre lo sucedido , y después de darle las explicaciones pertinentes, adujera en su defensa y con mucha razón: "chegonon (llegaron) unos y comienon, chegonon los outros y tamién; pero a mí, ¿quién me paga la ouveya (oveja)?. Ante esto, supongo que después de alguna advertencia y con una inevitable sonrisa, lo despidió e invitó a seguir con su vida.

Un abrazo para todos.

Emiliano